
Ovejas Perdidas
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Perderse no es el final
En algún momento de la vida, todos nos hemos sentido perdidos. A veces es porque tomamos malas decisiones, otras porque la vida nos golpea fuerte y nos deja sin rumbo. Podemos estar rodeados de gente, pero sentirnos solos. Podemos tener éxito, pero sentir que algo nos falta. Y es justo en esos momentos cuando nos preguntamos: ¿Hay alguien que realmente me entienda? ¿Alguien que me busque incluso cuando ni yo mismo sé a dónde voy?
Jesús, hace más de 2000 años, ya conocía ese sentimiento. Sabía que el corazón humano, con el tiempo, se aparta del camino, se confunde y se llena de dudas. En una de sus tantas parábolas, cuenta que un pastor tenía cien ovejas, pero un día una se le escapa. En lugar de pensar: “Bueno, es solo una, me quedan 99”, deja todo y sale a buscarla. No se rinde hasta encontrarla y, cuando lo hace, en lugar de regañarla o castigarla, la carga sobre sus hombros con alegría y la lleva de vuelta a casa. Luego dice algo muy importante:
"Así también hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse." (Lucas 15:7)
Lo que Jesús nos quiere decir aquí es que Dios nunca deja a nadie atrás. No importa lo lejos que creamos estar, Él siempre nos busca con amor.
Jesús usa la figura del pastor porque, en su época, los pastores eran conocidos por cuidar con dedicación a sus ovejas. Pero lo interesante es que no era un trabajo fácil: las ovejas se distraen, se alejan sin darse cuenta y, a veces, terminan en lugares peligrosos.
Lo mismo nos pasa a nosotros. A veces nos alejamos de Dios sin darnos cuenta: nos perdemos en nuestros problemas, nos distraemos con las mil cosas del día a día o simplemente sentimos que no necesitamos a Dios… hasta que nos damos cuenta de que algo nos falta.
Pero lo increíble es que Dios no espera a que volvamos arrastrándonos llenos de culpa. Al contrario, Él es quien sale a buscarnos. No importa cuánto nos hayamos equivocado, cuánto nos hayamos alejado o cuántas veces hayamos dudado. Su amor no cambia, y su único deseo es encontrarnos y traernos de vuelta a casa.
Han pasado más de dos mil años desde que Jesús contó esta historia, pero si lo piensas bien, seguimos perdiéndonos igual que antes. La diferencia es que hoy no nos perdemos en el desierto, sino en la ansiedad, la presión social, el miedo al futuro o la sensación de que nunca somos suficientes.
Muchos de nosotros, en algún momento, hemos sentido que no sabemos hacia dónde vamos o que estamos lejos de Dios. Y es normal. La vida moderna nos bombardea con tantas distracciones que es fácil alejarnos sin darnos cuenta.
Pero aquí está la mejor noticia: Dios sigue siendo el mismo. Su amor no ha cambiado, su paciencia tampoco, y Él sigue saliendo a buscarnos, como lo hizo hace 2000 años. Solo tenemos que abrir los ojos y dejarnos encontrar.
Ayer y hoy
En tiempos de Jesús, la gente se “perdía” porque la sociedad los rechazaba, porque sentían que no eran lo suficientemente buenos para Dios o porque las reglas religiosas eran tan estrictas que los hacían sentirse sin esperanza. Muchos creían que, una vez alejados, no había vuelta atrás.
Hoy en día, seguimos perdiéndonos, pero de otra forma. No nos apartan las mismas normas religiosas, pero sí la presión de encajar, la ansiedad de no ser suficientes, el ritmo acelerado de la vida, las expectativas irreales de las redes sociales o la sensación de estar solos aunque estemos rodeados de gente. Nos distraemos con tantas cosas que, sin darnos cuenta, nos alejamos de lo que realmente importa.
El problema no es nuevo, solo ha cambiado de forma. El corazón humano sigue tropezando con las mismas dudas, miedos y búsquedas equivocadas. La diferencia es que hoy, más que nunca, tenemos mil distracciones que nos hacen creer que podemos llenar ese vacío con todo… menos con Dios.
Pero la gran pregunta es: si nos hemos perdido, ¿Cómo volvemos?
La respuesta es sorprendente: no somos nosotros quienes encontramos el camino de regreso, es Dios quien nos encuentra a nosotros.
Muchas veces pensamos que, si nos hemos alejado de la fe, tenemos que hacer un esfuerzo enorme para volver, como si Dios estuviera esperándonos con los brazos cruzados a que arreglemos todo antes de acercarnos a Él. Pero Jesús nos dice algo diferente en su parábola: Dios no espera, Él actúa. Es Él quien deja todo y sale en nuestra búsqueda, sin importar qué tan lejos estemos o qué tan rotos nos sintamos.
¿Cómo nos busca hoy?
Dios sigue saliendo a nuestro encuentro, solo que muchas veces no nos damos cuenta. No es que vaya a aparecer en el cielo con una señal gigante diciendo: “Aquí estoy”, pero sí nos habla de muchas formas:
- A través de personas que llegan justo cuando más las necesitamos.
- En esos momentos de paz inesperada en medio del caos.
- En palabras, canciones, lecturas o situaciones que nos tocan el corazón.
- Incluso en los momentos de crisis, que nos sacuden y nos obligan a mirar hacia Él.
Dios no se ha ido. No ha cambiado. El problema es que muchas veces somos nosotros los que no estamos prestando atención.
¿Qué nos toca hacer a nosotros?
La respuesta es simple, pero no siempre fácil, DEJARNOS ENCONTRAR.
A veces nos complicamos demasiado pensando que volver a Dios requiere algo enorme, que tenemos que estar “limpios”, sin errores, sin dudas, sin heridas. Pero la verdad es que Dios no nos pide perfección, solo un corazón dispuesto.
No hay una fórmula mágica, pero hay pequeños pasos que pueden ayudarnos a reencontrarnos con Él en la vida diaria:
Reconocer que lo necesitamos
El primer paso es admitir que solos no podemos con todo. No significa ser débiles, sino ser sinceros con nosotros mismos.
Darle un espacio en nuestra vida
Dios no impone su presencia, pero sí espera que lo invitemos. No hace falta algo complicado: puede ser una oración corta, una conversación sincera o simplemente hacer silencio para escucharlo.
Buscarlo en lo cotidiano
Dios nos habla en los pequeños detalles: en una charla con alguien que nos anima, en una frase que llega en el momento justo, en la belleza de un amanecer. Cuando empezamos a verlo en lo simple, nos damos cuenta de que nunca se fue.
Conectar con otros que compartan la fe
No estamos hechos para vivir la fe solos. Buscar una comunidad, ya sea en la iglesia, en un grupo o con amigos que también buscan a Dios, puede ser una gran ayuda para fortalecer nuestra relación con Él.
No importa cuánto tiempo llevemos lejos, cuánto hayamos dudado o cuántas veces hayamos fallado. ¡Siempre podemos volver, porque Dios no se cansa de buscarnos!
Llamado a la Esperanza
Vivimos en un mundo donde es fácil perderse. Entre las preocupaciones diarias, las expectativas que nos imponen y nuestras propias dudas, a veces terminamos alejándonos sin darnos cuenta. Y cuando miramos atrás, nos preguntamos si todavía hay un camino de regreso. La respuesta es sí. Siempre lo hay.
No importa qué tan lejos estés, cuánto hayas dudado o cuántas veces hayas tropezado. Para Él, sigues siendo su hijo, sigues siendo su oveja, y Él no va a descansar hasta encontrarte.
Lo único que necesitas hacer es detenerte un momento y dejar que te encuentre. No hace falta que tengas todas las respuestas ni que arregles tu vida antes de acercarte a Él. Solo necesitas abrir tu corazón, dar un paso, aunque sea pequeño, y confiar en que Dios hará el resto.
¿Y ahora qué?
Si te has sentido identificado con este mensaje, no lo ignores. Tal vez sea Dios hablándote a través de estas palabras. Tómate un momento hoy para hacer una pausa, para hablar con Él, para pedirle que te ayude a reencontrarte. Y si sientes que no puedes solo, busca una comunidad, alguien con quien compartir este camino.
No estás solo. Nunca lo has estado. Dios ya está buscándote… ¿te dejarás encontrar?